Apelación a la humildad de los y las selectoras
Para resolver un proceso de selección de personas en el contexto de una organización, los y las profesionales del área sostienen una serie de entrevistas con postulantes, con el propósito de estimar el nivel que alcanzan en determinadas dimensiones definidas y requeridas para cada posición, entre las que podemos mencionar: el grado de conocimientos, los aspectos relacionados con la personalidad, el nivel de potencial alcanzado, la extensión y profundidad de sus ambiciones y la calidad de sus aptitudes.
Para determinar cuál es la persona más adecuada para un puesto, uno de los aspectos más importantes a evaluar surge de la ponderación de los rasgos de personalidad de los candidatos, a modo de definir si su “estar siendo” se corresponde con las necesidades de la organización, del equipo de personas con las que interactuará y de la posición concreta.
El espíritu de esta concepción radica en el hecho de que dichos rasgos de personalidad son evaluados porque constituyen los elementos que le dan consistencia al comportamiento de la persona expresado a lo largo del tiempo y, por lo tanto, tenderían a expresarse en sus conductas.
En mi interpretación, la práctica de selección en el ámbito laboral nos propone una problemática humana y, a la vez, metodológica:
¿Hasta qué punto estamos en condiciones de conocer cabalmente, y en profundidad, cada uno de los segmentos que forman de la personalidad, y, por otro lado, realizar una interpretación sobre el todo?
He ahí nuestro hermoso desafío como entrevistadores. En mi criterio, debemos asumir que nunca llegamos a conocer a las personas realmente, sino que solo contamos con algunos tramos de información, que son aquellos que resultan detectables y desde allí podríamos realizar un correcto proceso de integración e inferencia en lo que afecta al campo laboral.
El análisis de cada una de las actitudes de las personas y, por otro lado, las motivaciones y sus valores, no nos garantiza que, con una indagación que tienda a la profundización y la acumulación de rasgos, podamos tener una definición sobre la personalidad global de ella, pero es el camino del que disponemos para tener un acercamiento, lo más humano y certero posible, a la conformación de esa idea.
Por otro lado, nuestro desafío no se agota allí, ya que las organizaciones no solo desean realizar el análisis de las actitudes y los comportamientos de los postulantes. Buscan también saber quiénes son los postulantes que mejor se adaptarán a la cultura de la compañía, al grupo de trabajo y a la posición en particular, para alcanzar así el mejor rendimiento posible. Por esta razón, no basta con nuestro diagnóstico certero sobre los postulantes, sino que el esfuerzo estará puesto en establecer los acercamientos y alejamientos de cada uno de ellos respeto del perfil de búsqueda que requiere cubrir la empresa.
Desde la actividad de selección podemos reconocer diariamente que cada persona resulta ser una estructura compleja e inabarcable, y que requiere de una lectura profesional y precisa a través de un conjunto de herramientas que se validen entre sí, preferentemente corroboradas por varios observadores y estudios complementarios, para contar con un grado aceptable de convencimiento acerca de nuestras opiniones e interpretaciones.
El ser humano es, a su vez, el gestor y el destinatario del trabajo y es a través de él que logra una serie de transformaciones de su contexto y de sí mismo, creando y recreándose a lo largo del tiempo.
Carlos Valeiro