El término juicio, según el diccionario, proviene del latín y connota “la facultad del alma que permite distinguir entre el bien y el mal o entre lo verdadero y lo falso”. “El juicio es también una opinión, un dictamen o un parecer.”
En la cotidianeidad vivimos en universos interpretativos y, por lo tanto, los juicios se entrecruzan profusamente, afectándonos a nosotros y a las personas que tenemos alrededor, condicionando nuestras acciones y nuestras metas, influyendo significativamente en nuestro ánimo y, algunos de ellos, en nuestra personalidad. En muchas ocaciones, tendemos a opinar sobre las situaciones que vivimos, muchas veces sin un fundamento sólido.
En otras palabras, el juicio resulta ser, desde una opinión como “hoy es un día cálido y maravilloso”, hasta críticas más profunda y complejas, hacia un colega, jefe o colaborador como “X es un desordenado incorregible”.Los juicios son las interpretaciones que los seres humanos hacemos sobre lo que vemos y distinguimos. Cuando diagnosticamos acerca de la realidad con un juicio, estamos declarando nuestra posición con respecto a determinado evento, persona, cosa o situación.
Por otro lado, me gustaría traer un concepto de Nietzsche, que dijo: “toda idea es siempre dicha por alguien que, al emitirla, revela quien es”. O sea, expresado de otro modo: toda interpretación dice más sobre quién lo emite que sobre lo que se expresa, persona o situación en sí misma.
Los juicios son por naturaleza discutibles y nunca son verdaderos o falsos, ya que esa es una posibilidad que solo es asimilable a los hechos, de acuerdo con la evidencia que se tiene y se provee. Por lo tanto, lo que importa y mucho, resulta ser el compromiso que contraemos con la veracidad de nuestras afirmaciones.
Inevitablemente en el momento en que nuestra mente elabora un juicio, lo hará con filtros relacionado con nuestra historia, nuestros parámetros y valores y todo esto también lo traerá como el sustrato de la interpretación manifiesta.
Si pudiéramos imaginar una línea de tiempo, los juicios toman información del pasado, se emiten en el presente y abren o cierran posibilidades para el futuro. Tomemos el ejemplo mencionado anteriormente y supongamos que le decimos a X: “Sos un desordenado incorregible”.
Primero, estamos en el presente emitiendo un juicio. Este presente será un punto de articulación. Al emitir juicios sobre las personas, estamos contribuyendo a formar su identidad. Es más, también afectan la identidad colectiva de las empresas, países, etc.
Segundo, al emitir un juicio estamos haciendo referencia al pasado, inmediato o mediato. Esto resulta independiente de la sustentabilidad de la interpretación y de la autoridad que se arrogue una determinada persona para emitirlo, en base a las observaciones de acciones pasadas.
Tercero, los juicios también construyen futuro. Al emitir un juicio asumimos que, desde lo observado en el pasado, podemos esperar determinada acción o actitud repetitiva en el futuro. O sea, anticiparnos a lo que puede suceder, que a su vez provocamos, como una especie de “profecía autocumplida”.
Sin embargo, si definimos que existe la posibilidad de que el futuro sea diferente al pasado y que suceda algo diferente a lo que sucedió, se abre la posibilidad de permanecer abiertos y tomar nuestros juicios como señales temporales de una situación sobre la que podemos intervenir.
Un líder sabe cómo aprovechar los juicios que comunica para lograr la producción de un futuro deseable. Por lo tanto, resultará necesario evitar el quedar prisionero de sus propios juicios y del pasado que éstos presentifican una y otra vez, para centrarse de manera constante en el diseño estratégico. Quienes trabajamos o hemos trabajado en el contexto de las organizaciones sabemos la enorme trascendencia que adquieren los juicios que emitimos respecto de las personas y la importancia que tienen en la motivación, el autoconcepto de los colaboradores y el clima laboral, entre otros temas.
Las palabras tienen un inmenso poder, sobre todo si provienen de personas investidas de una cierta jerarquía en la empresa.
Una de las principales cualidades de los lideres es tomar consciencia acerca de los juicios dominantes que están gobernando las opiniones de su organización, para poder desafiarlos y eventualmente, trabajar para modificarlos si resultara necesario, en particular cuando se trata de opiniones sobre los colaboradores, a los que, de alguna forma podemos encasillar en un concepto en el que pueden quedar “congelados”.